viernes, 2 de marzo de 2018

UNA MANO TENDIDA

Hace poco alguien, al que aprecio y creo en sus consejos, publicó lo siguiente: si alguien te tiende una mano, acéptala quizás sea lo mejor que pueda ofrecerte.

Está frase me hizo recordar algo que siempre está en mi memoria, pero en ocasiones la memoria se anestesia. El día a día te hace olvidar cosas bonitas.

Cuando yo dejé el colegio, la EGB en esa época, me llevé conmigo rabia y tristeza. Cómo muchos otros sufrí bullying, o cosa de críos como se decía en ese momento, y ningún buen recuerdo. Lo pasas mal en el colegio y lo pasas mal en casa porque, al sentirte culpable, intentas tapar lo que te pasa.

Me llevaron para continuar con mis estudios a un colegio de Ursulinas, que por primera vez iba a ser mixto, así que cuando entré en la clase no vi compañeros, sino enemigos. Me escondí lo mejor que pude y a esperar que el tiempo pasase.

Normalmente en los recreos intentaba irme a la biblioteca a leer, pero los profesores no me dejaban, nos obligaban a salir al patio, tenían la norma de que había que relacionarse y descansar de las clases. Bueno, pues me sentaba en un rincón y contaba hacia atrás. Elegía un número alto e intentaba acabar antes que el recreo.

Todo iba bien hasta que pasada una semana de clase observo que una chica me mira, de esas chicas que yo pensaba que nunca se juntaría conmigo. Pienso: empieza el espectáculo. Se me acercó y me preguntó que hacía, "nada" contesté, y ella con una gran sonrisa dijo: y ¿por qué no haces nada allí donde estamos jugando a la comba? Sonó la campana y me libré. Entonces me fijé que era de mi clase, yo no la había visto, en realidad no había visto a nadie.

Pero esa escena no dejaba de repetirse, así que días después lo consiguió, me senté junto a ellas para que al menos me dejase. Ese día no fue diferente para mí, pero ella estaba feliz. Me sonreía y con la mirada me incluía.

Comencé a hablarle, a sentirme cómoda, en una palabra a no tenerle miedo. Nunca tuvo prisa, siempre paciente a que fuese yo quién diese los pasos a mi ritmo, pero nunca dejó de tenderme la mano.

Cuando el curso terminó las dos sabíamos que ya no caminaríamos solas por la vida, que ambas estaríamos juntas para siempre. Han pasado más de 30 años y jamás nos hemos fallado. Y sé que continuará siempre así.

Un día le pregunté el motivo de sus insistencia, por qué se acercó a mí: me pareciste buena persona, así que me dije ¿Por qué no?

Con 13 años sólo tenía una mano para tenderme, acompañada de una inmensa sonrisa, la acepté  y creo que esa mano me ha salvado en muchas ocasiones.

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